—¿Es posible establecer, desde el punto de vista médico, si se trata de un traumatismo accidental o de una lesión infligida?
—Sin duda. Y para ello no se requieren investigaciones con el empleo de resonancias magnéticas ni tomografías, sino la aplicación del método clínico: un buen interrogatorio y el examen físico del paciente.
—¿Qué síntomas y signos advierten de que se ha generado algún daño en el niño o niña y cuál es la conducta a seguir?
—Entre los síntomas neurológicos se hallan el cambio de comportamiento, irritabilidad, letargo o adormecimiento, pérdida del conocimiento, disminución del estado de alerta, cianosis (coloración azul y a veces negruzca de la piel), vómitos, convulsiones; desde el punto de vista oftalmológico, hemorragias en la retina sin que exista para ello explicación aparente. En cuanto a las zonas óseas, fracturas de costillas o de un hueso largo, o hematomas y lesiones de la piel. La conducta a seguir no ofrece dudas: acudir con urgencia al médico.
—¿Existen estudios internacionales, y en nuestro país, que expongan la frecuencia de este síndrome?
—En el 2003 se publicó un trabajo en Ontario, provincia de Canadá, sobre el SBS que refiere 364 casos en 10 años de estudio en 11 hospitales de ese país. En Estados Unidos el Centro de Prevención del Maltrato Infantil plantea que se ven cerca de 600 a 1 400 casos por año.
Investigaciones en nuestro país demuestran que son contados los maltratos, y mayoritariamente las personas que sacuden a los niños pequeños lo hacen para jugar con ellos y provocarles la risa. De ahí la importancia de conocer los graves riesgos que se pueden originar.
—¿Cómo prevenir en el tema que nos ocupa?
—Es esencial tener siempre presente los peligros que comporta incluso una leve sacudida a un niño pequeño, especialmente los padres y familiares, personal de los círculos infantiles, maestros, en fin, todos los que nos relacionamos de una forma u otra con los menores. En ese conocimiento y percepción real del daño que podemos infligir radica la clave de la prevención.